Por Susana Weingast
Antes del advenimiento del Arte Moderno en las Artes Plásticas y en la forma visual de observación, no había ningún conflicto o disociación declarada, entre la sensibilidad superficial y la profunda.
La música clásica poseía una articulada melodía, ritmo e intensidad y en la pintura, la composición era meditada con una imagen comprensible basada en grafismos y valores académicos.
Según Ehrenzweig (1975), el primer desgarro en la composición surge con la Action Painting, en la cual se representaba una súbita erupción de las estructuras inconscientes en el arte, espontáneas, autómatas, con texturas inarticuladas y grafías con huecos y esguinces.
Hoy en día se ha convertido en deliberadas producciones de texturas que sirven para flexibilizar las técnicas, dando carácter y particularidad a la obra.
En el cubismo y en el expresionismo abstracto, corrientes pictóricas del Siglo XX, vemos cómo las imágenes se juntan y fragmentan conforme a un nuevo patrón.
En esa corriente plástica la vista se mueve hacia adentro y hacia fuera, oscilando, aportando movilidad a la composición, entrelazándose el fondo con la figura.
De esta manera, se logra reconocer una imagen abstracta o semi-figurativa contenida por el geometrismo o por grafismos libres y modulados.
Nuestro esfuerzo de captar esa imagen con nitidez se ve frustrado, y en ese ir y venir en la visual en la totalidad de la obra, se puede superar la primera impresión superficial de caos, en cuanto a la forma y en cuanto al color.
Al rearmar la excesiva fragmentación del espacio, pudiendo apreciar la disciplina formal, podemos percibir el orden oculto que redime al arte moderno.
Goya es quien empieza a fragmentar las pinceladas, lo siguen los impresionistas, que fragmentan las superficies sobre la base de la pincelada suelta, o en forma de bastoncitos, o de puntitos en el puntillismo.
Toda la obra impresionista comienza su fragmentación pictórica con estudios de impresión basados en la óptica, en contacto con el exterior, con la luz del sol, es donde realmente los artistas salen a trabajar fuera de los espacios interiores creando así una corriente sensible a la naturaleza.
Criticados por los académicos, aceptados por los críticos como nuevo movimiento artístico, pudieron y supieron ver que era posible aunar las pinceladas dispersas y reducirlas a nuevos patrones fijos, y dejar que esa riqueza en los planos de luz y color lograran que el ojo del espectador reagrupe la fragmentación, mostrando coherencia en la superficie pictórica, construyendo un nuevo espacio atmosférico.
Es decir, fragmentaron, pero no rompieron con el canon de construcción.
Quizás el más audaz fue Monet, que siendo anciano, incrementó la fragmentación en los nenúfares y permitió que las ráfagas de pinceladas sueltas se esparcieran y vibraran libremente en toda la superficie de la obra, pudiendo el espectador aunar las pinceladas para lograr ver la sugestiva figuración.
Durante 1920 a 1930, el cubismo degeneró en una forma de ejercicio en la construcción de espacios, no así Picasso, que incursionó en todas las imágenes y todas las técnicas, llegando de una u otra manera al espectador, por conocimiento o por impacto.
Cézanne geometrizó más aún en la naturaleza, en el paisaje, manteniendo sus espacios no en perspectiva renacentista, sino trayendo las montañas hacia delante sobre la base de la geometría, a la línea de borde o al color. Construyó el espacio muy cézanniano, no permitiendo que el espectador divague, sino manteniendo la imagen visual dentro de límites, aun siendo figurativo.
Casi todos los pintores que surgieron en el lapso entre las dos guerras mundiales, pasaron por una fase de construcción cubista.
En el siglo XX surgieron los surrealistas, que fueron los que realmente lograron expresar lo onírico; esta corriente artística impacta por su doble lectura y su forma de desgarrar y retorcer la sensibilidad normal.
Al mismo tiempo, la música, y especialmente el jazz, comienza también a retorcer su modalidad; nace el «ragtime», el ritmo sincopado, «desgarrando», literalmente, el ritmo normal, retorciéndolo.
Es así como el Arte Moderno, especialmente el del Siglo XX, a través de sus sucesivas corrientes audaces, sin desmerecer sus procedimientos y fórmulas, logra mover de su lugar a las artes pre-existentes, como si lo nuevo y distinto, paradójicamente, hiciera que se reverencien a los valores anteriores.
El impulso creativo del arte moderno es innegable, es un movimiento de vanguardia, con aportes estudiosos, con pautas accidentales, con fragmentación, todo lo cual impresiona al espectador, abre expectativas comparativas en cuanto a lo visual y también selectivas, transformando técnicas fragmentadoras de modo casi impredecible, rompiendo con la serenidad de lo clásico, involucrando al espectador, logrando que sienta, perciba sensaciones sobre la base de lo visceral.
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