Por Prof. Basia Kuperman
Desde que comenzó el mundo, el hombre expresó sentimientos y emociones mediante imágenes, gestos o sonidos con profundo contenido ritual.
Habiendo pasado ya miles de años, se fueron incorporando nuevas categorías expresivas, pero los procesos, en su esencia, no cambiaron.
Sí, se ganó en la conciencia individual y liberadora y en el modo de llevarlos a cabo.
El rito creativo comienza a partir de la preparación de los materiales que se van mimetizando con nuestras manos y su manejo sobre ellos; en la búsqueda de una imagen que nos conecte con nuestro verdadero yo, hasta sentir que el resultado de lo que hacemos, en verdad nos pertenece.
Este proceso lleva su tiempo.
Mientras esto sucede transitamos un continuo desafío. Una lucha liberada con la realización y con nosotros mismos.
Nada de lo que hacemos nos conforma. Ponemos en duda nuestra capacidad creativa.
En ocasiones la resistencia a métodos de aprendizaje, dificulta aún más el camino.
Recuerdo una conversación que mantuve con Carlos Alonso: él se quejaba de la pretensión que tenían algunos alumnos, al querer obtener resultados inmediatos, sin pasar por agotadores procesos de trabajo y de investigación.
Me hizo la siguiente confesión: «Cuando estoy frente a una tela, me siento igual a Casious Kley arriba del Ring, parado ante el adversario. Allí comienza mi pelea.»
No obstante y a pesar de todo ello, cuando menos lo esperamos se produce el encuentro entre el sentir y el pensar. Es el momento en el que nos reconocemos y nos aceptamos; donde se armoniza la reconciliación con nuestro ser interior y se adecuan las herramientas de nuestro lenguaje, adquiriendo una mayor autenticidad creativa.
En ocasiones nos invade un sentimiento de injusticia y nos rebelamos.
¿Qué tuvo Picasso más que nosotros?
¿Por qué triunfó Gauguin?
¿Por qué Van Gogh hoy se vende en ochenta millones de dólares?
¿Qué mérito tienen las obras tan despojadas de Turner?
¿Y las pinturas geométricas y planas de Petorutti? ¿Qué misterio hay en ellas?
Leyendo la vida de los artistas, descubrimos los sacrificios por los que pasaron y la entereza con la que defendieron su arte y sus aportes revolucionarios al lenguaje plástico, a pesar de los rechazos de sus colegas, artistas reconocidos; de todo la crítica «idónea» y de la sociedad.
Pero ellos insistieron obstinadamente en su lucha contra los métodos académicos y aburguesados que repetían por comodidad y falta de imaginación, un modelo agotado hasta el aburrimiento y la inexpresión.
Podemos entender entonces la economía, la política, la corrupción y los presagios agoreros que padecemos y de los que somos víctimas, no son nada, comparados con el esfuerzo de dar a luz una nueva obra.Descubrimos que no hay nada comparable con la felicidad de poder lograrla.
A través del arte se interpreta la verdadera historia de la humanidad.
La historia escrita puede ser apócrifa, tergiversada, pero en el arte no se puede mentir. Cada trago, cada gesto, cada color es revelador. La historia del arte es por lo tanto la gran reveladora de la historia del hombre.
Por eso los que conformamos la gran tribu artística, nos empeñamos en contar a través del arte nuestra porción de eternidad.