Una pintura y una canción

Por Susana Weingast

Al observar un cuadro nuestra atención es captada, en primer lugar, por la totalidad de la obra. Luego, nuestra vista selecciona el fondo o la figura, elige, registra, reconoce dándole un nombre a cada signo u objeto descifrado.

Por ej: En un paisaje, el espectador elige que lo que mas le atrae es un determinado árbol o una persona caminando por un sendero o el color del cielo. En un abstracto puede reconocer algún triángulo o un color formando un círculo. 

Nuestra mirada vuelve a perderse en el vacío, para iniciar un trayecto, aún en lo figurativo como en lo abstracto, encontrar las líneas horizontales que sostienen el trabajo, las verticales que lo encuadran y las oblicuas y curvas que le dan movimiento.

Este trayecto realizado por el ojo va tomando registro de la totalidad y de cada objeto en particular.

La intuición inconsciente se repite a lo largo del trayecto armado y se detiene donde el autor puso un signo, un detalle, o una llamada para atraer la atención.

Por ejemplo: El cielo está con nubes o la casa tiene una puerta abierta.

No olvidemos que para el espectador la percepción consciente sigue y seguirá siendo más fácil cuando se aferra a la imagen, a la figura reconocible, al objeto real. Es más fácil reconocer un objeto como una flor, que en un abstracto encontrar símbolos o estereotipos de flores.

Existe un nexo entre la pintura y la música que es notable, siendo una compuesta para ser captada por el oído y la otra, por la vista.

Primero están los espacios o zonas tranquilas en la pintura, que, en la música, también se espacian con un compás de silencio.

Al igual que en la pintura, existen una figura y un fondo en la música; El Violín y la Orquesta, El Solista y el Coro.

Ninguno de estos puntos funcionaría sin el otro, ninguno vale por sí mismo.

Por supuesto que al tararear una canción estamos tarareando la melodía, al igual que cuando dibujamos un árbol estamos ilustrando ese objeto.

Pero nada vale en soledad, nada puede valer por sí mismo. El árbol vale en cuanto esté integrado a un paisaje o con el cielo, y la melodía podemos silbarla, mas en el contexto pensamos, al silbar, en el acompañamiento o fondo.

El músico, el pintor, el espectador o el cantante tienen esa intuición al captar la totalidad o el signo que atrae o fija la atención o la repetición.

También en música nos es difícil reconocer dos instrumentos tocando al mismo tiempo. Si la melodía es igual, podemos reconocer la melodía, por ejemplo en un coro dos voces o instrumentos entrando al mismo tiempo.

En la música clásica, el hilo que conduce la melodía puede ser tomado por otro o varios instrumentos unos compases después.

Al compararlo con la pintura, en la que vemos varias líneas marcando el borde de un objeto, tiene que existir una sombra o un objeto al costado, no superpuesto, ya que uno tapa al otro, no viéndose el de atrás.

Con el color es igual, se puede yuxtaponer un rojo y un verde y se potencian, pero si los superponemos nos encontramos que se anulan, convirtiéndose en grisáceos o marrón.

Muchas veces en la pintura nos gusta la ya conocida, aunque sea antigua, y nos rebelamos ante un abstracto diciendo que no se lo entiende.

En Música, nuestro oído se acostumbra a una melodía, la tarareamos, y cuando escuchamos un heavy- metal o un concierto dodecafónico no lo entendemos e inclusive puede resultarnos desagradable.

Existen muchas coincidencias, la pintura y la música son, dentro de las artes las más parecidas, se complementan en estilos; existe música y pintura barroca, música y pintura moderna, etc., relacionadas con el momento histórico y social, con sus adeptos y detractores. Aquí vemos cómo dentro de las artes más parecidas entre sí el ser humano tiene que ubicarse en la historia para poder expresarse y ser escuchado.

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